Recuerdo que en este último verano le escuché decir a alguien (exactamente no recuerdo quién era, pero si jurase juraría que fue el presidente del gobierno o alguno de sus ministros), que era necesario regular el hecho religioso haciendo hincapié en los derechos de los no creyentes.
Y he aquí, en esta última frase (los derechos de los no creyentes) donde me parece que va a estar el meollo de la cuestión. Claro. No podemos ofender a los no creyentes con los ruidos de nuestras campanas, ni cortando el tráfico con nuestras procesiones, ni mostrando cruces en las fachadas de los templos ¡qué horror!..., en fin, pon lo que quieras y suma y sigue.
Esa es mi percepción de lo que va a ocurrir. Tengo, diríamos, esa intuición; que va a ser una defensa entrecomillas de los derechos de los no creyentes más que de la libertad y el derecho a tener tus propias creencias y manifestarlas públicamente o privadamente o como te de la gana, porque para qué si no nombrar a los no creyentes cuando vamos a tratar de las religiones.
El motivo podemos verlo anunciado ya en el Apocalipsis:
Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al
resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen
el testimonio de Jesús.
Apocalipsis 12, 17.
Esos, al menos en teoría, somos nosotros.
Es una pena, pero seguramente (y si nos gloriamos, gloriémonos en el Señor), algo estaremos haciendo bien cuando ya no pueden soportarnos y pretenden ocultarnos a la vista del mundo.
Tiempos duros. Tiempos de testimonio. Tiempos de gracia. Todo acontece para bien de los que le aman.
Maran-athá.
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