ANDAR y no parar. Obtuso el ángulo con el que veo la realidad. La realidad que, empecinada en los hechos me insulta y me brama y me vuelve a insultar y me dice que soy un patán por no darme cuenta y volver a repetir las estupideces vez tras vez. Cuando era joven, en aquella España tan lejana, se decía: quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Yo, conocedor de la mía, no dejo de repetirla, caigo y caigo y vuelvo a caer. Me levanto, me levanto y me vuelvo a levantar. Conozco mi historia, mis hechos, pero podría decirse que desconozco el mal que me hacen, ya que esta tendencia a la repetición absurda, además de ser lamentable, daña mi alma, mi espíritu, el yermo de mi corazón, despoblado, árido, páramo estéril que no conduce a ningún sitio, ni a ningún lugar.
Viejo lamento el que me toca escuchar cada noche, cada vez que se apagan las luces y mi mirada se torna hacia mí, hacia mi interior para descubrir un vacio, un centro de gravedad que a duras penas deja nada fuera, y nada dentro, que cual agujero negro todo lo absorbe, todo lo niega, pues lo que es deja de existir al adentrarse en él.
¿Dónde están los panales? ¿Dónde las ubres?. Dunas. Dunas, ¡si al menos estuvieran vivas, algo vivo habría!.
Se acercan las tormentas ¿qué lloverán?.
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